Templarios en el Juramento de Tortosa

 Templarios en el Juramento de Tortosa




Joan de Alquézar, mariscal de los Templarios, giró la cabeza para observar a sus hermanos. Todos permanecían serenos en sus monturas, casi diríase que hieráticos, serenos ante la batalla que pronto tendrían que afrontar. Asintió hacia ellos como reconocimiento a la gallarda estampa que presentaban, bien pertrechados y con las capas blancas perfectamente colocadas a su espalda.

 

Contados eran los hermanos que habían quedado en Tortosa. Cuando se supo que la urbe se hallaba sitiada por el infiel, algunos caballeros templarios de encomiendas más alejadas cabalgaron a sangre y fuego hacia allí sin encontrar gran impedimento. Sin embargo, la mayoría de los hermanos había acompañado al maestre Berenguer de Avignon hasta Lérida meses atrás.

 

Los tambores sarracenos comenzaron a sonar al frente y su corcel piafó nervioso ante el retumbar de aquel sonido. Desde las murallas, a su espalda, los clarines pusieron el contrapunto y las mujeres de Tortosa comenzaron a chocar las armas que portaban entre sí, creando una algarabía de ruidos metálicos que superó el tronar de los tambores.

 

Alquézar miró hacia el enemigo y alzó su espada hasta acercar la empuñadura a su frente. Besó entonces la cruz de la empuñadura recitando aquellas palabras que llevaba grabadas en su corazón y por las que daría la vida: “Non nobis, domine, non nobis, sed nomini tuo da gloriam”.

 

Escuchando con orgullo como sus hermanos entonaban también la oración, levantó la espada por encima de la cabeza e hincó espuelas en los ijares del caballo.

 

 La batalla había comenzado


@veronicamartinezamat

"El Juramento de Tortosa. La leyenda de la Orden del Hacha"




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